«El objetivo del urbanismo debería ser poder disfrutar de ciudades inclusivas que tengan en cuenta la diversidad real que caracteriza los espacios urbanos, y así poder hacer posible que el derecho a la ciudad sea un derecho humano para todas las personas». [1]
Inauguramos nueva sección, Derecho a la ciudad. Hacía mucho tiempo que en La Línea Amarilla buscábamos la manera de hablar de las ciudades, ese espacio creado porque un día nos dimos cuenta de que no es posible sobrevivir solos, que el individualismo a ultranza no es una salida, que estamos interconectados y somos interdependientes. Desde esos lejanos días de nacimiento de las ciudades hasta hoy (mucho antes de la Grecia clásica, aunque el trabajo de marketing de los antiguos helenos fue espectacular), nuestras urbes se han multiplicado en número y en tamaño. También parece haberse olvidado el propósito por el cual nacieron.
Derecho a la ciudad. Prefacio
Nuria
Afirma el antropólogo social Manuel Delgado -en el prólogo a la (bendita) reedición que Capitán Swing realizó en 2011 del clásico de Jane Jacobs Muerte y vida de las grandes ciudades– que hemos construido una «concepción de la ciudad que piensa y actúa sobre ella en términos de valor de cambio, es decir de búsqueda de obtención de beneficios, por lo que se presenta como una mera mercadería sometida a la ley de la oferta y la demanda. Esa es la realidad actual de tantas ciudades y acaso el futuro de las demás: acumulación de capital, persecución de rendimientos y generación de plusvalías, todo ello presentado bajo pomposas denominaciones del tipo ‘reforma’, ‘reconversión’, regeneración’…que no dejan de ser la expresión de hasta qué punto lo que Jacobs llamó ‘dinero catastrófico’ se está saliendo con la suya».
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